Sunday, April 06, 2008

Me senté en mi sillón a verlos morir lentamente. Otra vez habían invadido lo mío, traspasado el límite de sus derechos y mostrádose plácidamente recorriendo lugares donde no eran invitados.
No fue fácil; nunca había visto tantos juntos. Pero el odio y rechazo que yo sentía siempre por ellos, y acentuado en el momento, no me dieron opción. No iba a dejarles tomar el control, aunque en el acto de impedirlo me lleve a mi conciencia sus vidas.
Tardó su tiempo, el veneno actuaba lentamente. Al principio vi cómo iba mutando su manera de moverse, de actuar. Iban perdiendo reflejos, velocidad, lucidez. Después, como si de repente se dieran cuenta de lo que estaba tomando lugar, reflotaron los nervios, de un momento a otro. Era casi entretenido verlos ir de acá para allá, sin saber que hacer, chocándose contra las paredes del cuarto. Habrán pasado alrededor de diez minutos hasta que 
escuché caer al primero. Fue un sonido muy claro, más fuerte de lo que hubiese imaginado. Me llamó la atención, tal vez porque no pude verlo, la luz no era lo suficientemente clara. Pero no había duda, la matanza había comenzado. Poco a poco cayeron otros alrededor suyo, algunos con golpes sorprendentemente fuertes. Quién hubiese dicho que sus cuerpecitos podrían generar aquel sonido.
Sabía que iba a durar un rato, eran muchos y caían de a poco. Tac... silencio... tac... No podía evitar preguntarme si lo que había hecho estaba justificado; llevarme tantas vidas por una cuestión de territorio daba impresión. Impresión de qué, no sé, impresión nomás. Me acordé de la última vez que algo así había pasado. Los 
había encerrado en un cuarto 
y con el mismo veneno privado de vitalidad. Pero no pude prescenciarlo aquella vez, me asusté y tuve que irme. Volví, y el piso estaba regado de cadáveres. 
Había sido como instantáneo, el tiempo que transcurrió hasta que los vi muertos podía perfectamente no haber existido. Esta vez era diferente, 
yo había decidido hacerme cargo de mis actos y ver cómo pasaba    
lo ya inevitable.
Claro, cuando me pregunté si estaba bien ya no había mucha vuelta atrás, así que me forcé a no pensarlo. Ya no valía la pena. Me acordé entonces de las otras veces que había tenido esa
sensación. De ver situaciones en las cuales yo tal vez hube podido hacer una diferencia,
no importa cuán chica, nunca insignificante. Pero había que seguir caminando, por una cobardía estúpida y avergonzante, no se podía frenar y mirar atrás. Simplemente no se podía. Y aunque
se me desgarraba el alma al hacerlo, no tenía el coraje suficiente para volver y dar de mí lo que podía. Bajaba la cabeza y no miraba a nadie a los ojos, o tal vez solamente a aquel 
que hacía lo que a mí tanto me costaba. Buscaba esa tan deseada 
piedad en ellos, y trataba de entender por qué yo no era así, pero 
siempre caminando, siguiendo adelante y dejándolos atrás, aferrándome a
ese dolor que me servía de consuelo, para tratar de creer que tal vez yo no soy
una persona tan horrible.


En algún momento habían parado de caer. Me esforcé en mirar, y ya no quedaba ninguno
vivo a la vista. Había matado a todos, o en la distracción algún afortunado había escapado.
Desée que haya sido así, y no pensé más en el tema.

Friday, April 04, 2008

62

Je voundrais un château saignant